La verdad es que puedo decir con propiedad que soy una persona difícil de amar. Lo noté luego de mi afer veraniego y de sus resultados posteriores. Y también de otras tantas conversaciones de mis cercanos que me lo hacen ver cada día. Estoy aquí refugiándome en estas letras que no tienen cabida más que a quien, de algún modo azaroso llegue a ellas a través de un buscador o, de su desestimada navegación en la web; dirigiéndome a alguien inexistente, que en el anonimato, se hace receptor de mi mensaje.
Aquí puedo ser sincera conmigo y aceptar mis debilidades sin que ello provoque el temor de la vulnerabilidad que intento evitar. Me es difícil ahora mismo intentar definirme, por un lado creo ser una persona introvertida que no deja ver sus emociones y sentimientos, justamente cuando al llegar a casa las vuelco a un computador queriendo que alguien las descubra. Me muestro como una persona segura y arrogante, cuando sólo lo que soy es una niña frágil implorando respuestas. Esta dualidad me vuelve, en ratos, una persona desquiciada e inconsecuente.
Me volví una persona difícil de amar justo en el momento en que había comenzado a amar, cuando empezaba a experimentar ese sentimiento que busqué por tanto, y que me mostró sus dos caras sin discernimiento. Me propuse volver a amar casi como un reto intentando devolverle la vida a aquellas esperanzas que yacían agonizantes bajo las sábanas, en un intento por reponer fuerzas y comenzar a aceptar más y esperar menos, me volví de hierro creyendo que eso me haría más fuerte y, así sobrevivir a otra relación, una desinteresada y trivial de la cual salir ilesa.
Pero una vez más descubro que cuando se trata de sentimientos no tengo el control de mi misma. Ellos se desencadenan en mi interior y se expresan tan libremente que los envidio. Lograr ese nivel de libertad, de franqueza en donde mente y cuerpo están de acuerdo en qué sentir y qué expresar. Sólo puedo jactarme de esa sinceridad aquí, en mi laptop; frente a una pantalla vacía que recibe mis emociones sin debatir ni uno solo de mis argumentos.
Qué ironía, me cobijo en rótulo de ser imperturbable cuando en realidad soy fácilmente excitable. Hoy estoy muy triste, triste y alegre al mismo tiempo. Apenada por haber descubierto quién soy realmente y alegre por haberlo descubierto finalmente, o al menos acercado un poco más. Pretender que no tengo emociones es más bien mi intento por ocultarlas. Y al ocultarlas estoy negándome a sentir. Pero la verdad es que quiero sentir, quiero llorar a gritos otra vez, reír a carcajadas y volver a llorar. Quiero sentir que esta vida la estoy viviendo y no pretendiendo vivirla. Ya no sé qué más hacer, mi fe se ha visto nuevamente vulnerada, mis miedos afloran y hoy me siento más sola que nunca.
Todo lo que hago está enfocado a descubrir quién soy, y cada día me alejo más de mi propósito, una y otra vez lo que tengo es más información acerca de quién NO soy, y nada de eso me hace pensar que me acerco a mi objetivo. Sé que esto también es pasajero, como todo lo demás, e intento no aferrarme a ello, pero no puedo dejar pasar este momento de desasosiego sin desahogarme y escupir todo lo que tengo adentro. También sé que mañana estaré feliz como siempre, una felicidad habitual con la que he decidido vivir mi vida impidiéndome hacerme presa de la angustia. De esta angustia que no deja de atormentarme y que me hace estar aquí nuevamente esta noche buscando el consuelo, o al menos la liberación de todo cuanto hoy me acongoja. Sólo me queda aferrarme a la verdad, mi verdad, esta que me tiene hoy haciendo esta confidencia a ese mismo público inexistente quien es mi confesor y adversario a la vez pero que solo a través de estas líneas encuentro el cobijo que tanto necesito.