Hoy en día, la tendencia va por la sustentabilidad. Con la acrecentada preocupación por el cambio climático y su repercusión en nuestro medio ambiente, las llamadas “prácticas sustentables” ya son una moda.
La medición de la huella de carbono dentro de los procesos de fabricación y la certificación LEED ha logrado capturar la atención de empresas que, motivados por las exigencias de los consumidores han incorporado esta ética ambientalista en su visión y misión.
Particular inquietud representan los productos desechables en contra de toda lógica ecologista, donde lo que se busca es disminuir lo máximo que sea posible el impacto ambiental. Sin embargo, la plusvalía de este tipo de productos y que es lo que justamente los hace más interesantes respectos de su símil retornable, es que su uso es más cómodo y significan un considerable ahorro de tiempo evitándonos el almacenamiento prolongado y su limpieza, cualidades que también comparten con los productos tecnológicos que surgen y renuevan en un tiempo cada vez menor.
Dentro de esta repentina ansiedad por el resguardo del entorno, se hace inevitable analizar la trascendencia de este comportamiento humano que lo ha llevado a aplicar este modelo a otras áreas de su vida.
La necesidad por comodidad y rapidez también se ha visto como una demanda en las relaciones humanas. Como muestran las estadísticas, en estos 10 últimos años las relaciones interpersonales se han visto notoriamente afectadas por esta tendencia desechable.
Desechar un juego de cubiertos ya utilizado o el vaso de café no es lo mismo que terminar una relación al menor desacuerdo. Tal como no nos preocupa qué ocurre luego que tiramos a la basura los productos desechables ya ocupados, al parecer tampoco, lo que sucede con nuestras relaciones y con las personas que vamos apartando cuando hemos visto afectada nuestra zona cómoda.
Terminamos relaciones e inmediatamente comenzamos otras, apartamos personas y borrón y cuenta nueva vamos “delete” reprogramando la historia de nuestras vidas, al igual que cuando cambiamos de aparato telefónico o a un nuevo laptop.
Y dentro de este proceso, ¿dónde están los principios y valores humanos?, y el tiempo de aprendizaje, la moraleja, la lección. Sé que no se trata tampoco de permanecer en una relación donde no se es feliz, pero bajo qué parámetros establecemos qué es lo que nos hace realmente felices. Día tras día aparece en el periódico alguna columna con los principios o tips para alcanzar la felicidad. Estamos tan sumergidos en llegar a ella que olvidamos por completo el camino, ¿o es que acaso el fin si justifica los medios?.
Hasta hace algún tiempo estaba convencida de que la felicidad era un fin, una meta. Sin embargo ahora pienso que más bien es una actitud con la cual enfrentamos las decisiones que vamos tomando y que es en definitiva lo que marca el curso de esas decisiones. A diferencia de los productos desechables, las personas no son un objeto que podamos utilizar y luego descartar, son proyecciones de nuestra propia personalidad que forman parte de nuestro entorno de forma temporal y específica de las cuales podemos aprender. El cómo me relaciono con cada una de ellas, determina cómo me relaciono conmigo mismo, y me habla de las exigencias, esperanzas y anhelos que me planteo. En cualquier tipo de relación que formamos la actitud es lo que marca la diferencia entre una relación tóxica o una constructiva.