No tengo miedo

   Hablar del miedo es uno de los temas de los cuales no tengo mucha propiedad para referirme, poco entiendo de él y muchas veces me he dejado gobernar por ese sentimiento que termina por controlar mis decisiones anteponiéndose, en muchas ocasiones, a mi propio deseo.

   No me he detenido precisamente en este punto a atender su significado y cómo es que funciona realmente,  me he visto reducida ante él y ese indicio es suficiente para querer aminorar esa sensación de inseguridad que me impide tomar las decisiones que me he propuesto.
   En mi niñez, por ejemplo era a tal extremo el dominio que tenía el miedo sobre mí, que corría angustiada cuando sentía el tronar de una pelota sobre el pavimento, recuerdo que salía gritando de allí corriendo desesperada a esconderme en mi casa tan alterada que mis hermanos pedían inclusive a desconocidos que detuvieran su juego.

   Con el pasar del tiempo fui dándome cuenta de otros miedos tan absurdos como aquel pero mas común del que se pudiera pensar: arañas, la oscuridad, la soledad, entre otros. Con la llegada de mi primera sobrina, no me quedaba mas remedio que hacer el papel de madura y salvarla a ella de esas estupideces sin sentido. Ahora ya más grande, no necesariamente mas madura, he trabajado sobre el miedo y el dolor de una manera un tanto masoquista, una especie de terapia de shock con la cual he obtenido resultados satisfactorios. Una de las cosas que me propuse para ese año, de esas especies de rituales que se hacen en la celebración de año nuevo, fue escribir 5 de mis miedos más profundos, de esas cosas que dije que nunca nunca haría en mi vida, y de aquí a fin de este nuevo año debo haberlas hecho. Un juego que partió como una investigación inocente y que, contrario a todo pronóstico ha sido una verdadero proceso.

   Lo hice en primer lugar por que ya no quería dejarme dominar por nada que no fueran mis propios deseos, eso incluía personas, entorno y predicciones adversas, la única que decidiría de ahora en adelante quien echaría mis planes abajo sería yo misma y por mi propia voluntad. Sería parte algo así como de mi proceso de independencia emocional. Una transformación radical a todo cuanto había forjado como principios fundamentales, no es que ahora no tenga principios, simplemente es una especie de plebiscito que actualizará los parámetros con los que quisiera sostenerme de ahora en adelante. Volverme inconsecuente, hacer estupideces, ser espontánea, todo cuanto antes juzgaba y enjuiciaba, aún sin haber averiguado el trasfondo.

   No es una lista de las cosas que hay que hacer antes de morir ni nada parecido, es más bien un experimento para averiguar el origen de mis miedos para poder entenderlos y así superarlos.

   Entender el porqué de un miedo es algo tan delirante como sentir miedo. El miedo es una respuesta emocional ante un posible escenario, aún inexistente y predecible que origina una sensación de alerta que se desea consciente o inconscientemente y que se espera. Ya la definición en sí me está diciendo que he sido una estúpida todo este tiempo al haber sentido miedo, cabe destacar también que la vergüenza es un tipo de miedo que es provocado al quedar expuesto. El miedo es el arma cargada que traemos con nosotros mismos para protegernos de nosotros mismos. Desde que comencé este juego, he ido transformándome en una persona diferente a la que solía ser, menos preocupaciones inundan mi mente día a día lo cual me ha dado tiempo de ocuparme de las cosas con mayor eficiencia. He ido administrando mi propio tiempo, mi propio espacio y el entorno que me rodea.

   He ido convirtiendo mi vida, en la vida que jamás soñé pero que siempre me propuse llevar. Traspasar esos pequeños y absurdos obstáculos me han permitido fortalecer mi personalidad y me ha llevado a comenzar a definir quién soy realmente, fuera de esta sociedad delimitada bajo ciertos cánones que de alguna u otra manera influyen fuertemente en nuestro comportamiento. Una sociedad que determina cómo debemos ser finalmente anteponiendo sus intereses por sobre los nuestros. Y no es un acto de rebeldía ni anarquismo, simplemente una exploración lúdica que me ha llevado a tomarme la vida como un juego y en la cual he llegado a divertirme.

   Con decir "ya no tengo miedo", no solo quiero decir que ya no lo siento, más bien es decir que a pesar que siento miedo, no dejo que él actúe sobre mí, me enfrento a ellos con su misma arma y continúo el camino que me propuse seguir. Con decir "ya no tengo miedo", también estoy diciendo, "tengo fe".