Del Amor al Odio



Deberías sentir lo que estoy sintiendo, al menos así podrías darte cuenta de mi dolor y dejarías de causarme daño.

Es irónico pensar de ese modo, atribuirle a un tercero la responsabilidad de mi dolor. Estoy sufriendo, pienso, luego te culpo por ese dolor y quiero que sufras lo mismo o, en lo posible mas que yo para que, primero me comprendas y, con ello, dejes de hacer daño.


Cuando uno experimenta una pérdida, cualquier tipo que sea, uno pasa por un proceso, a través del cual, nos acostumbramos a esta nueva condición de soledad.

Lo primero que debemos tener claro para entender este Proceso de Duelo es que sufrimos porque ya no contamos con algo o alguien que creíamos nuestro, nos aferramos a esa persona o más bien a la idea de lo que esa persona representaba para nosotros, es nada más que sólo apego.

Cuando esa persona ya no está una serie de situaciones, emociones y sentimientos se desencadenan dentro de nosotros haciéndonos sentir miserables, desdichados y desencantados, incluso de nosotros mismos, eso dependiendo de qué clase de lazo y de qué tan dependientes de esa persona nos habíamos vuelto. Y cuando menciono dependencia no hablo sólo de economía, más bien me refiero a qué deficiencia de nosotros estuvo supliendo.

En una relación íntima, sea esta de pareja o amistad solemos escoger aquel ser que representa o, más bien, quien reemplaza una o varias características de las que nosotros carecemos: si somos tímidos, una persona extrovertida, si somos más amistosos, alguien más retraído, nos sentimos atraídos por nuestra contraparte, que es lo lógico, tal como dicen: polos opuestos se atraen, en el caso de los imanes. Si bien no somos imanes caminantes, a lo largo de nuestra vida solemos acercarnos o formar amistad con ese tipo de personas.

Cuando se experimenta una pérdida, en especial la de un ser con quién nos habíamos propuesto pasar juntos el resto de nuestras vidas, un pedazo de ti se va con esa persona, un hueco que nada ni nadie logra nunca rellenar, aprendemos a vivir con él, lo recordamos, en ocasiones con cariño, en otras con rabia pero siempre está ahí.
En la primera etapa, la de la negación, que no es otra cosa que el rechazo a aceptar la realidad, nos aferramos fervientemente a la idea que nos habíamos formado evitando a toda costa esta pérdida.

Pasamos alternadamente de un estado de amor al odio reprochando a la otra persona y a nosotros mismos por haber permitido que las cosas llegaran hasta el punto de inflexión que provocó la pérdida.

Intentamos volver al estado anterior, inclusive humillándonos y dejando nuestra propia dignidad de lado con tal que nuestras súplicas sean aceptadas, decididos a pagar mucho más caro para no sufrir.

Todas estas etapas van acompañadas de una profunda tristeza, temor, los miedos afloran haciéndonos sentir vulnerables, incapacitados, débiles, susceptibles a cualquier sufrimiento. Y así sucede, nuestras súplicas no surtieron efecto, regatear no sirvió de nada, estamos solos.

Finalmente nos ponemos en paz con la realidad, no la comprendemos pero la aceptamos, nuestros sentimientos se han extinguido, la vida se nos vuelve plana, sin sentido, no nos importa vivir. Es como si el dolor hubiera terminado, la lucha acabado, finalmente somos libres, libres de quedarnos o seguir adelante, aceptamos la pérdida, nos hemos adaptado.
Entender no es lo mismo que aceptar. En mi proceso de crisis he ido entendiendo muchas cosas pero dentro de mí el odio y la tristeza me indican que todavía habrá mucho camino que recorrer. Las etapas son ciclos y no líneas. Quizá haya que recorrer varias veces estas etapas antes de poder superarlo.

Finalmente el perdón. Con esta frase no me refiero a perdonar a quien sientes que te hizo daño, al contrario en todo este proceso lo único y lo esencial es volcarse a uno mismo, y perdonarse.

Si ya es difícil perdonar a otros cuando sentimos que nos han hecho daño, cuanto más difícil se nos hace perdonarnos a nosotros mismos cuando nos hemos permitido sufrir. Siempre buscamos un culpable, por lo general externo a nosotros, que pague por el dolor causado, sin darnos cuenta que somos nosotros mismos quienes lo permitimos, y con esto no quiero dar a entender que debemos cerrarnos a amar, todo lo contrario debemos aprender a amar, primero amándonos a nosotros mismos para luego, a los demás, sin miedos, sin ataduras, sin carencias, sin rencores: Estar en paz con nosotros mismos teniendo en cuenta que solo del amor puede salir amor.