Absolución

  Hoy vi morir a un perro, murió en mis brazos, era la primera vez que lo había visto, se veía que era un perro de casa, tenia un collar en su cuello y su pelaje era suave y brillante, era la mascota de alguien a quien se le había escapado, por eso no sabía cruzar la calle. Por lo general los perros callejeros saben cuando atravesar, pero este perro no supo y fue a dar contra el parachoques de algún auto que ni se detuvo a ver lo que había sucedido...
No vi el momento en que fue atropellado, solo escuche sus aullidos y lo vi tirado allí en medio de aquella avenida moviendo la cola, como intentando llamar la atención, como si nadie se hubiera dado cuenta que estaba allí, como queriendo decir miren estoy aquí tirado y necesito ayuda. Los autos lo esquivaban para no pasar sobre él.

   Me detuve, acomodé la bicicleta a un lado y me acerqué a él. Lo tomé en mis brazos cuidadosamente procurando no provocarle mas daño, casi sin recordar que me encontraba en medio de una avenida con alto tráfico vehicular. Cuando lo cargué pude sentir sus huesitos quebrados, así también su dolor. Lo puse a un costado en la vereda y me quede junto a él acariciándole su cabeza, sus ojos miraban en mi dirección como agradeciéndome que estuviera allí en ese momento, una lágrima cayó por sus mejillas y finalmente murió.

   Aunque sus ojos continuaban mirándome, sabía que ya no me veían. En ese momento me quedé muy tranquila y sentí como si hubiese sido perdonada. 


   Resulta que dos semanas antes, una mañana, corriendo por mi recorrido habitual, fui testigo del atropello de un gato, vi cómo el animal quedaba retorciéndose de dolor en medio de la calle, y también como nadie, y eso me incluye, hacíamos nada por él. Tuve miedo, apresuré el paso para no ver más aquella escena y continué mi camino. Unos metros mas allá me volteé a mirar cómo el chofer de un gran camión se había detenido en medio, no  dejando pasar a nadie más, se bajó del camión, tomó al gatito en sus brazos y lo puso a salvo sobre el césped junto a aquella calle.


    Y yo que había aumentado mi ritmo para evitar ver al gato, la verdad es que continué siendo testigo de aquella escena durante esas dos semanas. Cuando vi al perrito, también vi en él a aquel gatito pidiéndome que lo ayudara, quería hacerlo, lo necesitaba.


   ¿Cuánto tiempo uno debe cargar con la culpa, antes de ser absuelto? Crecí bajo los mandamientos y enseñanzas católicas, donde sólo bastaba arrepentirme, rezar unos cuantos padres nuestros y la culpa mágicamente desaparecía. Estaba automatizada, programada para que así fuera. Sin embargo y a medida que fui creciendo, fui aprendiendo, experimentando situaciones que fueron enseñándome que el daño, luego de recitada la oración, continua allí, que soy capaz de hacer más daño del que quisiera y que muchas veces consciente o inconscientemente lo hago. ¿Debo entonces cargar con la culpa?, ¿Debo vivir pensando que cada cosa en contra que ocurre cuando tomo una decisión, la merezco?


   Esta última pregunta precisamente me ha enseñado a discriminar lo bueno de lo malo y ha sido quien me ha motivado a ser mas cuidadosa evitando ir haciendo daño gratuitamente por la vida. Ahora son mis propias creencias, mis propias convicciones las que van formando aquella innumerable lista de mandamientos, o mas bien dicho disposiciones a partir de las cuales cimento mi conducta.


   Si no hubiera reflexionado acerca de mi actitud aquella mañana con el gato, quizá no me habría detenido a ayudar al perro. Sé que el gato probablemente murió solo y desamparado en esa fría mañana, pero al menos ese perrito no.


   Estoy de acuerdo en que vivir de la culpa no es sano, pero al menos hay que utilizarla para reflexionar, para discurrir cuál fue tu error y corregirlo, de otro modo la experiencia no tendría sentido.


   En algunas culturas la oración corresponde a ese acto de conexión con lo más profundo de tu ser y que nos hace reflexionar sobre nuestra existencia, entonces, si es así con mi reflexión ¿Quedo absuelta de pecado?