Si bien es el nombre de un recomendable restaurante de comida peruana en Chile, también es el titulo perfecto para una columna dedicada a un viaje que tuvo tanto de educativo como de místico.
Al caminar por sus calles me fue fácil reconocer la influencia española no solamente en su arquitectura e ideología, sino también en su identidad. Una identidad que si bien corrompida y mutilada no pudo ser extinguida.
Una tímida sonrisa se asoma al mas leve contacto desde el garzón en el restaurante, hasta los conductores de los taxis; una humildad incomparable que me ayuda a comprender por qué Sudamérica es uno de los destinos mas codiciados por turistas europeos, una riqueza que los cautivo desde un principio y que los motivó a realizar sus planes de conquista. Sin embargo ahora no es el oro lo que buscan, sino esa otra riqueza que no se compra, que la modernidad y las redes sociales ya no pueden llenar, es esa fraternidad con la que los acogen, y que fue la misma con la que los recibieron esos años atrás y la cual los conquistadores aprovecharon para imponer sus creencias.
Pude reconocer en muchos de los cientos de turistas que invadieron el parque arqueológico conocido como Machu Pichu, el interés espiritual que los motivó a llegar hasta allí. Una búsqueda que irónicamente nos hace retornar y explorar en el pasado aquello que nuestro presente no ha sido capaz de explicarnos.
De pronto aquí el silencio se hace evidente no solo en el ambiente que nos rodea, sino también en nuestro interior y llegamos a comprender el porqué de la elección del lugar, de sus construcciones y su estilo de vida.
Un estilo marcado por la armonía y equilibrio con su entorno, la naturaleza y un acabado conocimiento de sí mismo como seres espirituales. Observadores y respetuosos de su entorno, cualidades que repercutieron en un sorprendente conocimiento de su medioambiente. No intentaron controlarlo ni manipularlo sino sintonizarse con él manteniendo su lugar entre el mundo superior y el inframundo.
Patrimonio de la humanidad y una de las nuevas siete maravillas del mundo, un destino que me impulsó a encontrar el mío, un lugar del cual es fácil enamorarse y en el cual me enamoré. Esa sensación que de un tiempo a esta parte se convirtió en mi búsqueda desenfrenada, una ansiedad que se me hacía difícil controlar y que aquí, en la cumbre de los Andes finalmente encontré.
Ahí te vi, me viste y no sentí miedo, nuestros caminos se cruzaron el la cumbre de aquella montaña, así como nuestras miradas. Busqué enamorarme nuevamente de la vida, deleitarme y gozar con los placeres que no era capaz de disfrutar por miedo a fracasar nuevamente, esa debilidad que marcó por mucho tiempo mi andar y que me sumergió en un estado de soledad, un vacío que hacía tanto eco en mi pecho como en mi corazón. Busqué enamorarme de la vida y terminé enamorándome de ti.