Me vuelvo a la pista, siento la música y comienzo al bailar. Mis pasos en un principio son torpes y tímidamente voy dejándome llevar dándole cabida a mi cuerpo de que se exprese.
En muchas tribus el baile es utilizado como un rito para conectarse con los dioses, recurren a plantas alucinógenas para alcanzar cierto estado espiritual sólo a partir del cual se experimenta esta conexión superior.
En mi caso es distinto, mi droga es simplemente el baile, mi sensualidad se expresa a través de este "ritual de apareamiento" que se ha visto corrompido por grotescos movimientos que ni dejan nada la imaginación, ni le dan cabida al respeto de la sexualidad.
Un mensaje sutil puede ser transmitido a partir de una mirada, la exhalación de feromonas que se dejan esparcir para provocar la atracción de algún candidato que capturó la tuya. Ocurre en la naturaleza con los animales, en las flores que se abren invocando a las abejas, y con cada semilla esparcida tras el tenue soplido de los dientes de león. Un sutil erotismo que no tiene mas objeto que la perpetuación de la especie en su sentido mas elemental.
El contacto, el roce con la otra piel provoca la reacción de ambos cuerpos que, sin cabida a discursos moralistas se expresan abiertamente y comunican lo evidente. El sudor y el hálito que exhalamos con cada respiro aumenta la presión y junto con ello el temor de la explosión incontrolable del deseo. Un deseo que se ve canalizado con la música, el ritmo de cada latido que impulsa los movimientos del cuerpo, que busca su complemento, ese cuerpo que anhela la conexión, esa búsqueda implacable de oxitocina, ese minuto de felicidad que ni drogas ni alucinógenos son capaces de igualar y que sólo durante el parto y el orgasmo se libera.
El baile, el medio enmascarado que embelese los sentidos, plena manifestación de nuestra sensualidad y a través del cual buscamos esa liberación no sólo de la llamada "hormona del amor" sino también de nuestra propia liberación. Desde el elegante tango, y hasta la candente salsa, cada cultura busca su máxima expresión en esta unión que puede durar lo que dura una canción.
Un mensaje sutil puede ser transmitido a partir de una mirada, la exhalación de feromonas que se dejan esparcir para provocar la atracción de algún candidato que capturó la tuya. Ocurre en la naturaleza con los animales, en las flores que se abren invocando a las abejas, y con cada semilla esparcida tras el tenue soplido de los dientes de león. Un sutil erotismo que no tiene mas objeto que la perpetuación de la especie en su sentido mas elemental.
El contacto, el roce con la otra piel provoca la reacción de ambos cuerpos que, sin cabida a discursos moralistas se expresan abiertamente y comunican lo evidente. El sudor y el hálito que exhalamos con cada respiro aumenta la presión y junto con ello el temor de la explosión incontrolable del deseo. Un deseo que se ve canalizado con la música, el ritmo de cada latido que impulsa los movimientos del cuerpo, que busca su complemento, ese cuerpo que anhela la conexión, esa búsqueda implacable de oxitocina, ese minuto de felicidad que ni drogas ni alucinógenos son capaces de igualar y que sólo durante el parto y el orgasmo se libera.
El baile, el medio enmascarado que embelese los sentidos, plena manifestación de nuestra sensualidad y a través del cual buscamos esa liberación no sólo de la llamada "hormona del amor" sino también de nuestra propia liberación. Desde el elegante tango, y hasta la candente salsa, cada cultura busca su máxima expresión en esta unión que puede durar lo que dura una canción.