¿Qué tiene la vida que de todos modos nos aferramos a ella?, quizá sea sólo el temor a la muerte, bueno, sea como sea y ya que estamos aquí, vivámosla.
Cada día aprendo más, aunque debo confesar que entiendo menos.
Estamos insertos entre el pasado y el futuro y aún así pretendemos dominar ambos sin ocuparnos realmente de lo que nos compete, el presente. Un presente que cuando le prestamos atención ya es parte del pasado. Un presente que ocupamos en planificar un futuro inexistente donde añoramos que nuestras plegarias sean escuchadas y nuestros deseos concedidos, un presente a la espera de que eso suceda. Y en eso se nos va la vida.
No es más difícil la vida del hombre a la de un gusano y sin embargo no vemos más gusanos recurriendo a especialistas para resolver sus conflictos. Es esa ingenuidad que nos caracteriza y nos hace creer que somos superiores, el origen de nuestra amargura. El gusano al menos no necesita más de lo que tiene para ser satisfecho.
“Un día, cuando caminaban por una región montañosa Gautama Buda le dijo a su discípulo Ananda – Estoy sediento; cuando atravesábamos las montañas pasamos un arrollo, ¿Puedes retroceder el camino y traerme un poco de agua?
Ananda se devolvió al arrollo, pero cuando llegó allí se dio cuenta de que unas carretas acababan de atravesarlo embarrando toda el agua, así que decidió regresar junto a Buda. Además sabía que unas millas más allá del sitio donde habían parado corría un gran río de agua cristalina.
Buda, que era muy estricto, le dijo – Vuelve otra vez, porque recuerdo que cuando pasamos esa agua era pura y cristalina. Ananda protestó – entienda maestro, entre que llegamos aquí pasaron unas carretas por el riachuelo y el agua ya no es bebible. Lo sé – dijo Buda pero ve, siéntate a la orilla, lleve el tiempo que lleve, ve y siéntate. No te metas en la corriente porque si te metes la ensuciarás de nuevo, simplemente espera, observa y no hagas nada, el barro se asentará, entonces llena mi cuenco y regresa.
Ananda, que no podía desobedecer a Buda, fue al riachuelo como se lo ordenó y se sentó junto al río a esperar.
Vio que el barro se iba asentando despacio y el agua se volvía clara y pura como es su naturaleza, llenó el cuenco y de regresó entendió lo que Buda trababa de enseñarle: No sigas la corriente, espera y observa. La naturaleza verdadera de tu mente es esa claridad cristalina ensuciada por pensamientos y emociones pasajeras.”
Esta historia es la introducción a una entrevista realizada a Matthieu Ricard, biólogo, científico y monje budista tibetano quien fue declarado por científicos como “el hombre más feliz del mundo”. Llegaron a esta conclusión luego de haberle aplicado diversas mediciones a su cerebro donde se observó que sus niveles de emoción positiva eran más altos que el rango normal, y los del área de la depresión y miedo iban disminuyendo.
¿Qué es lo que, en definitiva implicaría ser feliz?, si es así de fácil entonces midan mi cerebro también que yo sé cómo controlar los resultados. Es sólo cuestión de mentalizarlo y ya, bajo mis niveles de angustia y me concentro sólo en aquello que me brinda confort.
Pensándolo bien de eso se trata no, de hacer perdurar ese estado, después de todo, todo está en el pensamiento. Hace no mucho tiempo yo estaba sumergida en una profunda angustia a causa de la separación de mi pareja de ese entonces y del cual estuve enamorada. En mi tristeza y desesperación por que el dolor pasara y del poco entendimiento que tenía del tema, me acerco a mi amigo y le comento desesperada: qué es lo que debo hacer para olvidarle a lo que él me respondió simplemente “no pensando más en él”.
Qué simple, fue un consejo que en su momento no era capaz de asimilar, pero que ahora valoro. Ahora porque lo entiendo y me hace mucho sentido. Nos complicamos por que nos convertimos en esclavo de nuestras emociones y le damos poder para que ellas sean las que nos dominen.
Hace dos meses que comencé a correr. No me gustaba mucho correr por que a la primera cuadra ya me comenzaba un dolor bajo la costilla y se me hacía muy difícil respirar. Como forma de apoyar a mi sobrina en su baja de peso la incentive a que corriéramos juntas, la verdad ella sólo duró una semana y yo ya llevo dos meses sagradamente corriendo. No hay dolor, no hay dificultad respiratoria, solo soy yo corriendo y no existe nadie más.
Las primeras veces más caminaba que corría, me detenía más seguido pero de todos modos continuaba hasta la meta, la respiración me quemaba la garganta y mis piernas parecía que iban a desvanecerse en cualquier momento, pero yo no me detenía, continuaba, ralentizaba el ritmo para recobrar fuerzas y me fijaba pequeñas metas a medida que avanzaba por el camino. Mis emociones me decían que no era capaz, que nunca lo había hecho y que ahora no era buen momento para comenzar, que mejor empezara mañana o la próxima semana. Pero yo perseveré y continué, y ahora es parte de mi hábito semanal correr 2 km. diarios tres veces por semana, no dejé que mis emociones me dominaran, yo era la que las controlaba y ahora formé un patrón que me motiva a levantarme de madrugada en la semana para salir a correr.
En el cuento la paciencia y la observación se expresan como las claves para lograr la claridad, estoy muy de acuerdo con ello, ninguna decisión sabia saldrá de la angustia y la desesperación. Hay que esperar que las emociones se asienten y salga a flote tu verdadera naturaleza, la profundidad de tus deseos y anhelos y por supuesto perseverar.
Una emoción es un estado pasajero que se desprende de conexiones neuronales creadas en el cerebro o comúnmente llamada hábito, y así como las creamos, también podemos deshacerlas a nuestro antojo. Científicamente se ha comprobado que al cerebro le toma 21 días crear estas conexiones, con paciencia y perseverancia logramos hacer las nuestras y de ese modo no le delegamos a nadie más, a ninguna emoción, esa tarea. Retomemos el control de nuestra vida e imaginemos cuál es la vida que queremos. ¡Manos a la Obra!