El verdadero yo


   
   Genética, experiencias, cultura qué es lo que en definitiva determina quienes somos. Pensamos en relación con nuestras vivencias y de este modo vamos configurando nuestra identidad.

   No podemos esperar que un bebé inglés criado en un país de habla hispana, hable inglés por el sólo hecho que nació en Inglaterra, o porque sus padres son ingleses, el hablará en la medida en que escuche el idioma, tal vez le sea más fácil aprender inglés, pero el factor genético no determinará la lengua con la que se comunicará...



   Era muy frecuente, en épocas anteriores, que el hijo continuara desarrollando el oficio del padre. En los artesanos, por ejemplo, es claramente apreciable el desarrollo de la musculatura en aquellas extremidades que trabajaban con mayor frecuencia, información genética que es almacenada y traspasada a los hijos, por tanto para estos últimos les era mucho más sencillo desarrollar esa ocupación.


   Científicamente se ha comprobado que los genes influyen en nuestro aspecto físico, pero qué tanto puede marcar nuestra personalidad. O más bien, qué tanto podemos culpar a nuestros genes de nuestras actitudes. 

Dime con quién andas y te diré quién eres, es mucho más cómodo ampararnos en este dicho que responsabilizarnos por nuestros actos. Finalmente es nuestra decisión quién hace la diferencia.

   Sin duda que nuestros pensamientos se ajustan tanto a las experiencias como la cultura en la cual estamos insertos, pero ellas no tienen por qué definirnos. Escuchaba un programa de radio compuesto por una pareja, hombre y mujer, donde comentaban la preocupación de ella por la depilación, a lo que él le argumentaba que su intranquilidad al respecto pasaba más por un tema cultural que personal; y que si como sociedad no hubiera cierto prejuicio al respecto, no sería un problema para ella. Su razonamiento me hizo mucho sentido y comencé a pensar en cuánto de influencia cultural tenían mis paradigmas. Quizá si viviera en la prehistoria tampoco la depilación para mí sería un tema, lo cierto es que sí velo por estar con mi piel tersa cuando pretendo usar falda o pantalón corto.


   El problema, a mi entender, radica en qué grado estas influencias externas intervienen en las decisiones, y en consecuencia, qué tanto nos preocupa lo que piense el resto.El caso no es que uno deba andar toda velluda por la vida sólo para demostrar lo liberal y desinhibida que es, pasa más por el autoconocimiento y la claridad de nuestros principios.


   Cuando uno se enfrenta a una decisión, es fácil dejarse llevar por el qué dirán, pasa cuando estamos entre nuestros amigos y no hacemos lo que todos hacen y somos objeto de burlas.


   El cerebro es un órgano bien cómodo; como ya he mencionado en otra oportunidad suele tomar el camino más corto y se limita a encontrar la solución más lógica entre la información almacenada sólo cuestionándola si sus registros difieren unos con otros. Para ejemplificar esta acepción comento el cuento de la naranja. Había dos hombres que discutían por la posesión de una naranja, ambos la necesitaban para lo que estaban realizando. El caso fue llevado a la corte y un juez determinó que la naranja debía ser dividida en dos, esta resolución, si bien era obvia, no dejaba satisfechas a ambas partes; entonces una persona de la audiencia se levanta y le pregunta a cada uno para qué quería la naranja. Uno de ellos explico que necesitaba la cáscara para hacer un queque, y la otra quería la pulpa para prepararse un jugo, de esta manera se llegó a una solución enteramente satisfactoria para ambas partes.


   Toda la información a la cual acude nuestro cerebro para la resolución de un conflicto o la toma de decisiones, es el resultado de nuestras experiencias registradas y organizadas en nuestras neuronas. Todo este testimonio se ve influenciado por la percepción que, en su momento, tuvimos de aquella vivencia y es actualizado permanentemente a lo largo de nuestra vida. Todo este conocimiento configura lo que nosotros aceptamos como verdad, pues ella es el resultado de errores y aciertos que experimentamos personalmente.

Estas ideas quedan tan firmemente arraigadas en nuestra mente que se transforman en nuestros hábitos, y son quienes definen nuestra personalidad.
Si comprendiéramos que este patrón de almacenamiento puede ser modificado a nuestro antojo, lograríamos cambiar la forma en que vemos las cosas y a las personas, transformando prejuicios y tabúes, aceptando las cosas como son y no como esperamos que sean. Esto se traduciría en una notable disminución de las desilusiones y por tanto nos volvería más felices.

   Lo interesante de compartir es justamente la diferencia, yo no quiero alguien a mi lado que piense como yo, me gusta el debate, disfruto de las largas conversaciones después de comer, en el parque, al salir a caminar, comentar un libro, las noticias de la semana, exponer los puntos de vista, defender cada uno el suyo, alimentarme de los pensamientos de los demás. Es cierto que soy una persona muy apasionada, pero con el tiempo he ido aprendiendo a valorar todas las opiniones, y es esa misma lección la que me ha llevado a concluir que hay tantas verdades como personas en el mundo, y que la mía es una más de ellas.