Quien no se equivoca, no aprende

  Al parecer, la única forma efectiva de obtener resultados legítimos es a través del ensayo-error.  Cabe destacar que en la ciencia este método es infalible; cientos de probabilidades y teorías son comprobadas sólo a partir de su experimentación.

   Si bien parece un escenario poco alentador, me atrevo a decretar que podemos encontrar beneficios que de otro modo no obtendríamos y, aunque esta suerte de azar al cual nos vemos sometidos arrastra consigo la amargura del sufrimiento, ese sentimiento que a cualquier precio buscamos evitar, la ganancia es inversamente proporcionalmente a ese dolor.


   Frustración, ansiedad, miedo, emociones que acompañan este sentimiento pero que, al pasar queda un placer y bienestar, un peldaño más hacia nuestra madurez. Y es que algo debemos sacar en concreto, alguna moraleja debe tener esta historia.

   Nuestro crecimiento está marcado por el desarrollo de nuestro ego; y la intensidad del sufrimiento, por el grado de éste en nosotros, y de cómo nos vamos enfrentando día a día con él. Desde nuestro nacimiento y durante las primeras etapas de crecimiento, el ego se caracteriza por ser exclusivo y posesivo, creyendo y velando por que el mundo gire a nuestro alrededor. Más tarde y con el desarrollo de la comunicación compartimos esa atención, con algo de dificultad, con otras personas. Primero con nuestro entorno cercano como padres y hermanos, y más tarde con otros personajes que van formando parte de nuestra realidad y que vamos incluyendo a nuestra vida a los cuales también les demandamos cierto grado de atención, y la relación que lleguemos a formar con cada uno de ellos estará en directa sintonia con esta consideración.

   Se supondría, entonces que nuestra etapa de adultez debiera caracterizarse no por una ausencia de ego, sino por un control eficaz de este que nos permita llegar a comprender que cada cosa que nos sucede es una lección más de la cual debemos aprender. No nos medimos a través de nuestros problemas, sino de la forma en que los enfrentamos.

   Creer que la vida es injusta y que esto o aquello no lo merecemos es alimentar ese ego que buscamos controlar. El sufrimiento y su intensidad estará marcada por el grado de madurez y entendimiento que tengamos de él. Aprender que entre los hechos y sus efectos esta el pensamiento, si bien  no podemos controlar aquellas situaciones externas que suceden a nuestro alrededor, si podemos influir, a través de la valoración que le demos, cómo estos sucesos nos afectarán y eso es lo que marca la diferencia.