Parto mi prédica haciendo algunos alcances sobre la naturaleza de los "principios". Estos pueden o no ser de carácter benevolente, son la base de nuestra conducta y se desprenden de las creencias y experiencias personales. Ciertamente que pueden ser cuestionables y eso puede ser asunto de otra publicación, sin embargo, lo que intento exponer en esta oportunidad es la validez de un principio como base del comportamiento de un individuo.
En Chile la edad en que un individuo alcanza la madurez mental necesaria para ser responsable y procesable ante la ley es a partir de los 18 años, cabe mencionar que entre los 16 y 18 años, de cometerse un delito, hoy existe un sistema de responsabilidad penal destinados a la reinserción social, sin embargo, en lo concreto sólo será condenado una persona que supere la mayoría de edad. Para la sicología la maduración mental sucede entre los 18 y 30 años, lo que concuerda con la edad que proponen estudios antroposóficos situando como la cúspide del desarrollo fisiológico humano, la edad de 33 años. Lo cierto es que, no podemos establecer a ciencia cierta cuándo es que ocurre esta maduración en lo referido a lo emocional, podemos recabar el dato basados en la observación del sistema límbico, tal vez, quien es el encargado de ese asunto, pero en la práctica no siempre ocurre así. Gozar de un cuerpo adulto, de un sistema maduro no nos asegura que seamos consciente y que comprendamos el mundo a cabalidad. Cargamos con principios heredados de nuestros padres, de nuestra sociedad, principios temporales que hasta cierta edad cumplimos casi sin cuestionamientos, incluso poseíamos parámetros de conducta que delimitaron nuestros padres a su juicio y entendimiento, sin embargo pasado cierto momento, cierta etapa en nuestra vida, esos lineamientos comenzaron a inquietarnos y los fuimos acomodando de acuerdo a nuestras propias vivencias, desechamos algunos, modificamos otros y de esta manera nos quedamos con los que asimilamos.
Cuando se establecen los valores y principios que llevaremos por estandarte, ya sea de forma consciente o inconscientemente, estamos delimitando nuestro espacio, nuestro metro cuadrado, estamos trazando las líneas por las cuales decidimos desenvolvernos.
Una de las tareas que me encomendó la terapeuta fue justamente la de trabajar en ello. Debía empezar a poner límites. Esto resultaría fácil para quien tiene claro hacia dónde va, pero para alguien que decide ir a terapia, estamos claros que este punto aún no lo tiene resuelto. Hasta hoy mi carácter y mi comportamiento habían sido espontáneo y flexible; me amoldaba a cada situación sin problemas, me sentía cómoda si cumplía con la ley establecida, si seguía los 10 mandamientos de la biblia al pie de la letra, y si los demás se sentían a gusto conmigo. Con ello, ya tenía ganado el cielo.
Con el consejo "pon limites" se abrió un sin fin de posibilidades, reavivó una serie de cuestionamientos que yacían adormilados en algún lugar de mi subconsciente y con ello también el miedo. Qué implica poner límites, trabajar en conjunto con mis emociones y expresarlas libremente para decirle a un tercero hasta dónde puede llegar; con todas mis emociones, en especial con la ira, que ya había acostumbrado a reprimirla y a poner la otra mejilla.
Poner límites no implica sólo respetar a los demás, también lo es, y en mayor medida, respetarse a uno mismo; es seleccionar a quien permites que permanezca en tu vida y a quien no, es escoger tus amistades, personas que siendo diferentes a ti comparten ciertas referencias con las cuales te sientes cómodo. Poner límites implica que tengas tus principios claros y estes de acuerdo con ellos. Todo aquello con lo que sientas que te arrepentirás si lo haces, queda fuera de esos lineamientos que decidiste seguir, los principios son para eso, para guiar tus decisiones, para indicarte qué es bueno y qué malo de acuerdo a lo que tú mismo fijaste como tal, y al transgredir esos mandamientos, los tuyos propios, a eso me refiero cuando hablo de los principios de la corrupción.
Cuando se establecen los valores y principios que llevaremos por estandarte, ya sea de forma consciente o inconscientemente, estamos delimitando nuestro espacio, nuestro metro cuadrado, estamos trazando las líneas por las cuales decidimos desenvolvernos.
Una de las tareas que me encomendó la terapeuta fue justamente la de trabajar en ello. Debía empezar a poner límites. Esto resultaría fácil para quien tiene claro hacia dónde va, pero para alguien que decide ir a terapia, estamos claros que este punto aún no lo tiene resuelto. Hasta hoy mi carácter y mi comportamiento habían sido espontáneo y flexible; me amoldaba a cada situación sin problemas, me sentía cómoda si cumplía con la ley establecida, si seguía los 10 mandamientos de la biblia al pie de la letra, y si los demás se sentían a gusto conmigo. Con ello, ya tenía ganado el cielo.
Con el consejo "pon limites" se abrió un sin fin de posibilidades, reavivó una serie de cuestionamientos que yacían adormilados en algún lugar de mi subconsciente y con ello también el miedo. Qué implica poner límites, trabajar en conjunto con mis emociones y expresarlas libremente para decirle a un tercero hasta dónde puede llegar; con todas mis emociones, en especial con la ira, que ya había acostumbrado a reprimirla y a poner la otra mejilla.
Poner límites no implica sólo respetar a los demás, también lo es, y en mayor medida, respetarse a uno mismo; es seleccionar a quien permites que permanezca en tu vida y a quien no, es escoger tus amistades, personas que siendo diferentes a ti comparten ciertas referencias con las cuales te sientes cómodo. Poner límites implica que tengas tus principios claros y estes de acuerdo con ellos. Todo aquello con lo que sientas que te arrepentirás si lo haces, queda fuera de esos lineamientos que decidiste seguir, los principios son para eso, para guiar tus decisiones, para indicarte qué es bueno y qué malo de acuerdo a lo que tú mismo fijaste como tal, y al transgredir esos mandamientos, los tuyos propios, a eso me refiero cuando hablo de los principios de la corrupción.