Duro como piedra

   Cuando una persona no comprende lo que se le intenta explicar, se le dice que es duro como piedra; sin embargo, hasta hoy no había reparado en lo que eso significaba, en el mensaje entre líneas que la frase lleva consigo.

   Hoy encontré en mi camino la mitad de una piedra; parecía una piedra de río, modelada por el fluir del agua y el rodar con la corriente. Se notaba que no había tenido contacto con el agua hace un tiempo; pues estaba amarillenta, algo oxidada y quebradiza.
Por su cara partida pude notar diversas capas, algunas más homogéneas que otras; tonalidades distintas y pequeños manchones oscuros que contrastaban impensadamente con sus otros colores. Es de seguro que ya tenía sus años, tenía marcas y aspectos de climas distintos entre sus capas. Los estudiosos de las piedras suelen ver con claridad la historia de la formación de la piedra solamente analizando sus capas y características, al igual que un cabello en el ser humano es suficiente para saber de su alimentación y hábitos a lo largo de su vida, las piedras guardan esta información en sus capas. Es gracias a estudios como ese que hemos logrado entender más de nuestro pasado y la evolución. Ellos nos han transmitido cómo el paisaje ha sido moldeado por eras glaciares, meteoritos, climas extremos, explosiones volcánicas y otros eventos naturales que han dejado su huella en las piedras. 

   Sabemos, también, que a altas presiones cierto tipo de piedras llegarán a convertirse en diamantes, y que de todas las piedras, hasta ahora conocidas, el diamante es el más duro, y por tanto, el más cotizado.

   Frente a tanto descubrimiento y transformaciones, tanto estudio de un elemento fundamental en la tierra como son las rocas, me surge la duda de qué capas he sido cubierta. Así como las piedras cada uno se ha ido formando por diversas capas que han sabido responder y adaptarse al entorno donde nos hemos desenvuelto dotándonos de ciertas características que nos vuelven mas resistentes, más capaces de poder enfrentarlas. En ambientes hostiles como las montañas encontramos rocas filosas y puntiagudas, actuando casi como a la defensiva. Las de los ríos, en cambio, de bordes suaves y de formas redondeadas les facilita su recorrer cerro abajo.

  En algunos seres vivos como los reptiles e insectos como las arañas, su piel no es capaz de crecer con su cuerpo, es por eso que cada cierto tiempo deben desprenderse de ella y forman una nueva capa del tamaño adecuado que han adoptado ahora. En las piedras esas capas quedan. En el ser humano, en lo intangible, se pudiera decir que también. Estamos permanentemente siendo transformados y modelados por nuestro entorno; nuestras experiencias humanas, de este modo nos vamos cubriendo por capas, algunas más gruesas que otras, que van formando nuestra personalidad y emociones: parámetros sociales, la familia con quien nos criamos, los amigos con los que pasamos el tiempo, todos ellos influyen en nuestro actuar. De acuerdo con la antroposofía en el estudio del hombre, en su crecimiento son visibles diversos procesos que van marcando el paso de un estado a otro, lo que ocurre cada 7 años, son los llamados septenios a través del cual el ser humano va experimentando la maduración fisiológica y emocional de todo cuando ha logrado aprender hasta ese entonces. Es como una forma de asimilar lo aprendido y de seleccionar aquello que con lo que nos vamos a quedar y que formará nuestra personalidad y carácter. 

   Hay ciertas capas que, olvidando su naturaleza de volverse evidencia de nuestra historia, se convierten en escudos y que utilizamos para protegernos temerosos a algo o alguien pueda traspasarlos, una nueva relación, por ejemplo, una nueva situación quizá. Una experiencia dolorosa puede traer consigo esa fórmula que transforme una capa y que impida que nuevas experiencias pudieran desencadenarse ante nosotros y continuar con nuestra formación interminable. A estas capas los sicólogos suelen llamarle traumas y se originan como resultado de una situación que marcó, por lo general negativamente un momento en nuestra vida. 

   Al igual que la historia del elefante que cuando pequeño le atan un pie a una estaca lo que condiciona su mente por el resto de su vida, un trauma puede actuar en nosotros como una carga que influye en las decisiones que tomamos o que dejamos de tomar de ese momento en adelante por miedo a repetir el mismo suceso en que no supimos cómo enfrentar en su debido momento. Ahora, capaces de ver los hechos de manera distante, podríamos entender por qué fue que sucedieron, entender la parte de la responsabilidad que nos compete y el cómo liberarnos de ello y poder continuar. Este podría ser un proceso natural, podría darse de manera espontánea que el fluir de los recuerdos no provoque la inquietud y dolor tal y como se originó. 

   Sin embargo, el proceso en la práctica se desarrolla de manera distinta. Con el recuerdo nuestro organismo también suele re-vivenciar los sentimientos y emociones que surgieron con el hecho, el miedo nos inunda y sentimos, como aquella oportunidad, que somos incapaces de reaccionar, nos vemos aún vulnerables ante las circunstancias y  nos preguntamos ¿Por qué nos pasó? EL madurar implica también el poder lidiar con este tipo de situaciones, el ser capaces de traspasar esa barrera del miedo y darnos cuenta que esa experiencia no tiene por qué definirnos. La vida nos ha ido modelando, nos ha entregado todas esas capas, relatos de nuestra historia, que nos han dotado de cualidades para ser quienes somos ahora. Las lamentaciones no tienen cabida ahora aquí, la victimización no es una opción si lo que queremos es liberarnos de la carga que a retrasado nuestro andar hacia donde nos propusimos llegar. 

   Liberarse es reconocernos, aceptarnos y por sobre todo perdonarnos, amarnos por sobre todo y todos, para sólo así ser capaces de amar a alguien más.