Mejor que no




   Hoy decidí actuar sin cuestionar los por qué frente a la situación. Lo usual es que deje de hacer ciertas cosas por el simple hecho de darles demasiadas vueltas en mi cabeza intentando exponer los hechos, inexistentes en la realidad, pero muy probables en mi retorcida y creativa mente que me hacen desistir. Que si hago esto puede pensar esto otro, que si lo hago va a reaccionar de esta manera, que se lo puede tomar a mal, y otros tantos hechos catastróficos que solo mi mente suele dar cabida. Y es así como me he perdido de hacer tantas cosas. bien lo decía alguien, de lo único que me arrepiento es de aquello que no he hecho.

   En momentos soy tan espontánea y en otros tan insegura. Me temo que ahora estoy en lo segundo; esperando que las cosas pasen, y cuando no pasan, me desilusiono y con la desilusión mi inseguridad aumenta y así se me van los días hundida en una melancolía que me agobia. Hoy fue uno de esos días en que decidí cortar con ese patrón y ser yo la responsable de que las cosas pasen. Dejé a un lado el orgullo, abrí mi corazón y tomé la iniciativa. Lo mejor de todo, es que nada resultó como lo había pensado, y digo lo mejor por que cuando uno pasa por un proceso de negatividad en su vida, en lo único en que le va bien pensar, es en que todo saldrá mal. Pues no, me fue bien. Desde mi partida, con mi madre las relaciones han estado un poco distantes, sus juicios y mi soberbia nos han distanciado mas de lo que pretendía y ya casi ni hablábamos. Desde mi partida sentía que ella había perdido el interés por mi bienestar y mi orgullo me mantenía en un estado de frialdad que me llevó a tomar distancia. Pues bien la invité a mi nueva casa, me esmeré en que todo estuviera perfecto para que viera lo bien y feliz que estaba ahora con mi nueva vida. Cabe destacar que efectivamente estoy muy feliz, sin embargo este distanciamiento familiar era algo que no permitía disfrutar a cabalidad con este nuevo proyecto de vida. Al principio fue todo muy coloquial, como una reunión entre desconocidos. Al pasar las horas, uno que otro comentario motivó una bocanada de sentimientos por parte de mi madre con sus reproches de mala hija con un tono displicente que en otro momento me hubieran hundido. Frente a ello tenía dos opciones, o le contestaba en el mismo tono defendiéndome, o la escuchaba sin sentirme ofendida. El objetivo del almuerzo era acercarme a ella y si me inclinaba por la primera opción, el esfuerzo de dejar mi orgullo a un lado no hubiese servido de nada. Escuché cada palabra que salía disparada de su boca, observé cada figura de su rostro, el brillo de sus ojos, el quiebre de su voz, sus sollozantes pausas, hasta que se detuvo. No fue necesario decir nada, el silencio, en ese momento dijo más de nosotras que todo lo que no habíamos hablado en meses y finalmente nos acercamos.

    Es extraño como funciona la mente intentado llenar espacios en cada historia. Lo que no sabemos, creemos que puede ser de determinada manera dependiendo el estado en que nos encontremos. Si estamos bien, jamás pensaremos mal del resto. Es cuando nos volvemos inseguros cuando nos sentimos perseguidos y creemos que el mundo es un lugar de personas que se mueven bajo esos mismos parámetros. El mundo que nos rodea es un reflejo de nuestro propio mundo interior. Las personas a nuestro alrededor vienen a mostrarnos aspectos de nosotros mismos. Si dejamos que nuestro orgullo nos aleje de ello, nos estamos separando más de nosotros mismos negando nuestra propia existencia. De cuánto nos hemos perdido escudándonos en un "mejor que no". Cuántas historias no se han contado por nuestras inseguridades, historias que hubiesen podido haber dado otra dirección a nuestras vidas, quien sabe. Sin duda que este es el primero de muchos actos donde tomo mas protagonismo en mi vida haciendo que las cosas sucedan, actuando mas, esperando menos; escuchando mas, hablando menos. Disfrutando mas, cuestionando menos; mas que escribiendo la historia, viviéndola.