Pensar en que existe la posibilidad de que todo está conectado, me sorprende y atermoriza simultáneamente. Rechazo la idea de la existencia de un destino rígido e inalterable, puesto que estoy convencida de que los actos, decisiones y actitudes con las que nos vamos presentando ante la vida, pueden determinar uno u otro resultado.
Momentos, situaciones, particularidades e inclusive personas que se presentan en nuestra vida, pudiera pensarse que de forma espontánea, llegan ahí para modificar los resultados, brindándole al destino cierta flexibilidad. Se convierten en ese factor sorpresa que vuelve interesante al diario vivir, como una oportunidad para reafirmar o cambiar ese destino el cual desconocemos pero que muchas veces, se vuelve predecible y aburrido.
Cualquiera sea el caso, la decisión de cambiarlo es personal. El querer otro rumbo, continuar en otra dirección, será sólo el resultado de nuestra entereza, y claro, puesto que hacerlo es apostar todo lo que hemos construido, a un destino completamente desconocido e inesperado. Es abandonarlo todo sin tener la menor certeza de éxito. Y bueno, ese es, después de todo, el encanto de la vida, es ese aventurarse con la esperanza de obtener un buen resultado; y con "buen resultado" me refiero a ese final feliz que anhelamos alcanzar con nuestros actos, por que, muchas veces no es en lo que habíamos pensado, suele no ser lo que habíamos planeado, pero cuando obtenemos esa sorpresa al final del camino, parece ser que era justo lo que necesitábamos.
Es una constante en mi vida, cambio de planes y una nueva jugada. Quisiera no sólo parecer segura de mi misma, para variar, me gustaría también estarlo. Desearía creer en mis propias palabras y, por un instante estar tranquila de que "todo saldrá bien". Podría sentarme a analizar todos mis logros, todos esos triunfos, momentos en que sentí desvancerme y perder la esperanza, para luego darme cuenta que todo se resolvía mágica y perfectamente a mi satisfacción.
Aún no logro desprenderme de lo que he perdido, todo aquello que ha quedado atrás y que ahora me persigue como un fantasma atormentando cada nueva decisión que pretendo tomar en pro de un camino diferente. Cuando me doy cuenta que la dirección que sigo me lleva a una vida que no quiero, una a la cual no pertenezco y me siento ajena e intranquila. Disfrazada de éxito, se presenta tentadora la oferta de continuar, parece ser un atajo que puede acortar la brecha entre lo que soy ahora y lo que debiera llegar a ser.
Pero esa no soy yo, y cada paso hacia allá me va modificando, voy mutando a un ser que no logro identificar, tan ajeno, tan solitario, tan ausente. Tal vez no tengo claro quien soy y que quiero hacer, pero de lo que si estoy segura es que en lo que me estoy convirtiendo, no me agrada.
Todo lo que he deseado me ha sido concedido. El problema radica en que, soy tan caprichosa que muchas veces pido lo que se necesita, más que lo que realmente deseo llegar a ser.