Falta amor

   Hoy, como tantas veces, fui sorprendida. Eso es justamente lo que me gusta de la vida, mi vida, que cada día algo logra sorprenderme, cautivarme y me deja reflexiva y conmovida. Suelo ir atenta a los mensajes que puedo obtener y que, en su mayoría provienen de lugares insospechados. Esta vez no fue la excepción. Ocurrió durante una de las reuniones habituales de los viernes en la fábrica donde trabajo. El tema en discusión, la deficiente calidad de las terminaciones de los muebles laminados.

   Diversas opiniones surgieron al respecto por parte de los concurrentes: escasa supervisión, menor grado de destreza del maestro, falta de maquinaria especializada, entre otros. Pero fue el mismo dueño de la empresa quien manifestó como causal la falta de amor.

   Me hicieron mucho sentido las palabras de mi jefe, quien expuso este tema con una humanidad que no sospeché que tendría. Tanto como su expresión, sus palabras calaron hondo dentro de mi y siguieron resonando durante toda la jornada inclusive cuando ya había terminado mi horario laboral.

   He divulgado casi como un credo la importancia de poner amor en cada cosa que uno haga, pero hasta ese momento no habría comprendido del todo lo que eso significaba y sus repercusiones en el día a día. Lo veía como una frase utópica inaplicable a la cotidianidad, pero que sonaba bien al hablar. 

   Con esta frase logré capturar la esencia de todo cuanto me he esmerado en aplicar en mi vida. Amar debiera estar implícito en cada cosa que uno se proponga emprender, cual sea la naturaleza del asunto, finalmente será la clave del éxito. Desde una tarea cotidiana en casa, un puesto en el trabajo y hasta cuestiones familiares, el cuánto amor ponga cada quien es el que hará finalmente la diferencia de quien lo hace mejor.

   Fue tal el nivel de iluminación que alcancé con esta experiencia, que entendí por qué algunas cosas no habían funcionado en mi vida, situaciones en las que me esmeré entregando todo mi esfuerzo por conseguirlas y que terminaron siendo destruidas y junto a ellas destruyendo parte de mi. Analicé cada aspecto de mi vida, los buenos y malos momentos; y descubrí en cada uno de ellos que el amor que había puesto durante su ejecución fue quien determinó el éxito o fracaso del mismo. Relaciones fallidas, trabajos abandonados, actividades simplemente dejadas a un lado. En todos ellos la constante, la falta de amor.

   Me propuse, sin comprender bien qué significaba, que de ahora en adelante todo cuanto hiciera con mi vida debía haber amor, desbordante, apasionado, sincero, amor al fin y al cabo. Volver a enamorarme aún de esos hechos en los que me sentí herida y que juré jamás volver a repetir. Y aún así me envolví en una relación que sólo me satisfacía en el ámbito físico, intentando prescindir del verdadero propósito de una relación, al menos del que yo busco cada vez que me involucro.

   Pedí a gritos la oportunidad de volver a enamorarme, enamorarme de las cosas, de los libros, de las personas, de mi misma. Enamorarse es una decisión consciente que tomo cada día cuando me siento involucrada, cuando pretendo extraer lo máximo de cada cosa que me rodea, de cada persona, de cada lugar. Vivir enamorada es aceptar y desprenderse, comprometerse y no adueñarse, es simplemente disfrutar el presente aprendiendo del pasado sin pensar en el futuro, es vivir el aquí y el ahora con la confianza de que a fin de cuentas obtendrás lo mejor.

   Lo profeso, lo grito, lo espero y lo deseo con toda mi energía, quiero volver a enamorarme, así como lo estoy de mi trabajo y de mi familia, encontrar el amor en cada aspecto de mi vida, compartir esa satisfacción y poder influir en que otros también la encuentren.