Mi otra mitad


   Llega un momento en la vida en el que indefectiblemente te detienes y analizas. Miras hacia atrás y ves lo que has dejado, luego te volteas hacia adelante y observas lo que quieres lograr. 

   Suele suceder que ese momento llega cuando te has desviado del camino que te propusiste seguir. Por algún motivo cambiaste de planes y estas siguiendo una ruta distinta, una en la que no te sientes cómodo, un camino que sabes que te llevará donde es muy probable que no quieras estar, es entonces cuando decides detenerte y evaluar si seguir allí o cambiar el rumbo.



   No estoy muy de acuerdo en creer que existe un destino para cada uno de nosotros, la sola idea de que los acontecimientos relevantes de mi vida pudieran estar ya determinados sin que yo pueda intervenir ni participar de ello, me resulta desmotivante. Sí creo que venimos a cumplir con un objetivo, y que inevitablemente debemos alcanzarlo, pero eso no necesariamente define cómo será nuestra vida, eso sólo está sujeto a las decisiones que tomemos respecto de lo que nos va sucediendo.


   Desde pequeños establecemos ciertos criterios o parámetros dentro de los cuales vamos encauzando nuestros intereses, definimos los gustos y preferencias, observamos el entorno y forjamos nuestra personalidad, y junto con ello instauramos una vaga idea de qué queremos hacer.


   Une vez establecidas nuestras metas y analizado los recursos y formas para llegar a ellas, comenzamos a trabajar para alcanzarlas. Sin embargo, en algún momento algo interfiere con nuestros planes. Nos habituamos a una condición diferente, por comodidad o conveniencia de pronto nuestro futuro toma un curso distinto, y nos conformamos con ello, replanteamos algunos de nuestros objetivos acomodándolos a esta nueva condición y nos convencemos que eso lo mejor, olvidando nuestros propios intereses o sobreponiéndolos por los de alguien más.


   Podemos seguir así por algún tiempo, por costumbre nos resignamos y continuamos sin recriminarnos siguiendo una ruta que alguien trazó para nosotros.  De pronto, el entusiasmo ya se agota, esto que te resultaba atractivo por ser diferente ya no te resulta tan interesante, comienzas a hurgar  buscando algo “nuevo” que pueda sorprenderte y sacarte de la monotonía y el aburrimiento que se hace evidente, pero lo olvidaste, ya no sabes qué es lo que quieres, ya no recuerdas qué era lo que te motivaba a continuar, y surge en ti esa inquietud por encontrar tu felicidad.


   En este nuevo escenario en el que te encuentras sabes que no eres feliz. Drásticamente decides que necesitas un cambio, quieres volver a enamorarte de la vida, de las cosas, de las personas, buscas afanosamente que algo pueda hacerte vibrar, entonces pruebas, degustas, participas activamente en un reencuentro con los placeres de la vida, una motivación que sea el impulso que te dé las fuerzas y la energía necesaria para continuar.


   Has perdido tu otra mitad, y con ello no me refiero a esa persona que sientes que será el compañero por el resto de tu vida; sino esa mitad de ti misma que de un momento a otro dejaste de escuchar. El eco en tu pecho hace evidente el vacio que hay. Entonces miras a tu alrededor y te ves sola, y aunque siempre lo estuviste solo ahora comienza a afectarte.


   Aprovechas este estado para comenzar de nuevo. Descubres que hay partes de ti que no conocías, capacidades y habilidades que se revelan hacen que te reinventes y te renuevas. Tu forma de pensar es distinta, el dolor se transforma en enigma, el enigma en curiosidad y este en aprendizaje. El conocimiento te abre una enorme gama de posibilidades que antes no te habías planteado. Tu vida de pronto se vuelve interesante y divertida, vuelves a reír con una alegría espontánea  que irradia a través de tu mirada. Finalmente la encontraste, te encontraste.