El salto de la vida

   Temor, ese fue el primer sentimiento que experimenté a medida que me iba acercando a ella. Siempre me han fascinado las cascadas, tan majestuosas, tan puras imponiéndose en el paisaje y, sin embargo, me atemorizan.

   Fue durante mi último viaje, a Coyhaique, un viaje tan espontáneo como determinado. Una fotografía en un calendario de hace algunos años atrás, capturó una escena del paisaje de la cascada Coyhaique, que en invierno se congelaba, la vi y decidí que algún día iría allá. 

   Y así sucedió, debía planificar mis vacaciones, y las oportunidades de las promociones de LAN, me motivaron a tomar este destino para mi viaje.

   Junto con este atractivo, para mi fortuna, fui espectadora de otros tantos saltos de agua que decoraban las faldas y quebradas de los cerros al interior de la reserva Cerro Castillo y alrededores de Coyhaique y Puerto Aysén. No alcancé a capturar en una fotografía cada una de las cascadas que pude divisar, pero sin duda  que quedan guardadas en mi memoria.

   Me di el tiempo de visitar dos cascadas situadas entre Coyhaique y Puerto Aysén, señaladas como atractivos turísticos de la zona: Cascada la virgen y velo de novia. Es esta última la que originó mi temor y que inspiró este relato. Un sentimiento situado entre el miedo y la intrepidez que dificultaban el acercarme hasta su base. Aún así, llegué hasta ella, me quedé observándola detenidamente intentando descifrar el origen de mi sobresalto y mi admiración simultáneas, qué ironía.


   Una falla de la naturaleza, un salto en el correr de esos ríos tan apacibles a veces, tan violentos otras. Un atajo en el camino al enfrentar una quebrada donde se abren nuevas posibilidades de continuar. Una representación ostensible de los principios con los cuales se ha sostenido mi existencia.

   Dos situaciones han determinado y modelado mi vida: el temor y la osadía. El primero volviendo prudente mis decisiones, recatando mi andar y dotándome de una comodidad, a veces difícil de abandonar. El segundo, me ha llevado por caminos insospechados que jamás creí capaz de transitar y que sin duda han marcado cada etapa de mi crecimiento. Cuando logro ir más allá, cuando soy capaz de vencer el miedo y me aventuro a lo desconocido, son esas instancias las que más he disfrutado. Momentos que le dan sentido y motivación a mi vida, por los cuales me decido a emprender, son los saltos que dan origen a estas majestuosas cascadas a las cuales me lanzo con temor sin tener claro donde me llevarán pero que le otorgan ese atractivo al paisaje de mi existencia.

   Tuve miedo y aún así llegué hasta la base de esta cascada, 30 metros de altura de cientos de litros de agua que se precipitaban ante mi recordándome lo maravilloso que puede ser el desenlace de un obstáculo en el recorrido como pudiera verse a simple vista una quebrada.

   He llegado a pensar que, mi ferviente interés por este atractivo natural no es mas que el reflejo implícito de cómo me siento. Deseando, muchas veces volverme cascada cuando al final del camino no veo otra salida.

   

Llegar a ser

   Pensar en que existe la posibilidad de que todo está conectado, me sorprende y atermoriza simultáneamente. Rechazo la idea de la existencia de un destino rígido e inalterable, puesto que estoy convencida de que los actos, decisiones y actitudes con las que nos vamos presentando ante la vida, pueden determinar uno u otro resultado.

   Momentos, situaciones, particularidades e inclusive personas que se presentan en nuestra vida, pudiera pensarse que de forma espontánea, llegan ahí para modificar los resultados, brindándole al destino cierta flexibilidad. Se convierten en ese factor sorpresa que vuelve interesante al diario vivir, como una oportunidad para reafirmar o cambiar ese destino el cual desconocemos pero que muchas veces, se vuelve predecible y aburrido.

   Cualquiera sea el caso, la decisión de cambiarlo es personal. El querer otro rumbo, continuar en otra dirección, será sólo el resultado de nuestra entereza, y claro, puesto que hacerlo es apostar todo lo que hemos construido, a un destino completamente desconocido e inesperado. Es abandonarlo todo sin tener la menor certeza de éxito. Y bueno, ese es, después de todo, el encanto de la vida, es ese aventurarse con la esperanza de obtener un buen resultado; y con "buen resultado" me refiero a ese final feliz que anhelamos alcanzar con nuestros actos, por que, muchas veces no es en lo que habíamos pensado, suele no ser lo que habíamos planeado, pero cuando obtenemos esa sorpresa al final del camino, parece ser que era justo lo que necesitábamos.

   Es una constante en mi vida, cambio de planes y una nueva jugada. Quisiera no sólo parecer segura de mi misma, para variar, me gustaría también estarlo. Desearía creer en mis propias palabras y, por un instante estar tranquila de que "todo saldrá bien". Podría sentarme a analizar todos mis logros, todos esos triunfos, momentos en que sentí desvancerme y perder la esperanza, para luego darme cuenta que todo se resolvía mágica y perfectamente a mi satisfacción.

   Aún no logro desprenderme de lo que he perdido, todo aquello que ha quedado atrás y que ahora me persigue como un fantasma atormentando cada nueva decisión que pretendo tomar en pro de un camino diferente. Cuando me doy cuenta que la dirección que sigo me lleva a una vida que no quiero, una a la cual no pertenezco y me siento ajena e intranquila. Disfrazada de éxito, se presenta tentadora la oferta de continuar, parece ser un atajo que puede acortar la brecha entre lo que soy ahora y lo que debiera llegar a ser.

   Pero esa no soy yo, y cada paso hacia allá me va modificando, voy mutando a un ser que no logro identificar, tan ajeno, tan solitario, tan ausente. Tal vez no tengo claro quien soy y que quiero hacer, pero de lo que si estoy segura es que en lo que me estoy convirtiendo, no me agrada.

   Todo lo que he deseado me ha sido concedido. El problema radica en que, soy tan caprichosa que muchas veces pido lo que se necesita, más que lo que realmente deseo llegar a ser.