¿Quién soy realmente?

 

"¿Quién soy realmente? ¿Acaso soy la que se repliega en un rincón esperando pasar desapercibida? ¿O quizás la que se despliega sobre el escenario buscando la ovación de la concurrencia? ¿O quizás soy esa que ríe y busca cualquier momento para desplegar su personalidad hilarante y divertida? ¿O la reflexiva que analiza en silencio y cuidadosamente cada palabra, cada texto, a cada persona en su entorno? ¿Acaso soy alguna de ellas? ¿O todas en su momento?

Si tuviera que describirme sin dudarlo, diría que soy divertida, con mucho desplante y directa, tanto que a veces me paso de la raya. Pero es extraño, si le pido a otras personas, cada una describe a una persona diferente a mí, una la cual no reconozco. Algunas descripciones son mejores, otras son diametralmente distintas.

Pero ¿quién soy yo exactamente? ¿En qué momento me reconozco y puedo ser yo misma sin tener que filtrar alguna parte de mi personalidad?"



Que decidan por mi



    Una señal puede ser una situación, un símbolo, un momento, cualquier cosa que me ayude a inclinarme hacia una decisión que llevo dando vueltas en la cabeza y que, bajo mi incapacidad de verme a mí misma a través de mis logros, me vuelve frágil y a la espera de que la vida la tome por mí. 
Y lo cierto es que soy yo quien produzco esas señales, busco afuera aquella respuesta que siempre ha estado clara en mi interior. Cada pensamiento, cada sentimiento, cada emoción va modelando mi entorno y no es mas que la proyección de aquello que está dentro y que necesita ser validada.

    Lo cierto es, que cuando no sigo ese sentimiento, voy apagando esa llama, esa pasión, eso que le da el sentido a mi vida. Que aquello no es correcto, que soy egoísta, que eso no es para mí, todas esas barreras culturales bajo las cuales me acuño cuando mi autoestima es baja y mi seguridad se ha visto mermada.

    Las decisiones que tomamos en la vida, son tan personales, tan nuestras que nadie a nuestro alrededor puede sentirse con el derecho a tomarlas por uno. Y si lo hace, es porque yo se lo he entregado, el de manejar mi vida. Las decisiones, cualquiera que estas sean, siempre serán buenas en la medida en que sean propias, de otro modo, no será tu vida, sino la de alguien mas. 

   Las decisiones me abruman, en especial cuando hay mas de una opción. Todo un sin fin de pensamientos que se desencadenan dentro de mi mente y que, sin el debido tratamiento, terminan por enloquecerme. Es por esta razón que, cada día experimento un nivel nuevo de locura que siempre terminan llevándome al mismo lugar, hacia mi misma. Después de todo, de eso se trata la libertad, de tener varios caminos, de que puedas escoger cuál quieres seguir, si hubiera solo una opción, eso no sería libertad.

   Y en el fondo, muy en el fondo, tratando de sobrevivir bajo todas esas barreras, bajo esos cánones sociales que han formado a una persona ideal, que no soy yo, pero que encaja perfectamente en ese significado de perfección que otros esperan ver, estoy yo, esa que si soy yo y que sabe lo que quiere, pero teme ir por ello.

Y soy libre y no me sirve, 
para que quiere la libertad en la luna un tigre, 
no me sirve...
Ricardo Arjona - Libre

Ya lo superé

 


Qué factores son los que indican que un proceso está superado. Por lo general hablamos de superación cuando ocurre algún hecho, inesperado y que posee una connotación negativa y nos afecta. Un duelo, por ejemplo, el perder a un ser querido requiere de un tiempo de procesamiento para ser superado. Pero qué quiere decir realmente que algo esté “superado”.

Cuando era pequeña, mi sueño siempre fue tener un hijo. Ser madre era para mí, la culminación de todo lo que había dado sentido a mi vida. Fisiológicamente las mujeres venimos al mundo con un ciclo marcado en nuestro cuerpo con el único objetivo de procrear. Un ciclo que, desde el inicio, de acuerdo con información científica, ya viene con fecha de caducidad. Eso limita nuestra postura frente a la maternidad y les pone un temporizador a nuestros planes de desarrollarnos como seres individuales antes. Mi fin siempre fue ese, ser madre y aunque se vio pospuesto muchas veces, nunca tuve en mis planes desecharlo.

El día que me enteré de que ya no era mi decisión, debo admitir que sentí un poco de alivio. La presión social que por tanto tiempo sostuve sobre mis hombros, de aquí en adelante ya no sería una carga con la que tenía que lidiar. Una preocupación menos, durante mucho tiempo, una responsabilidad de la cual la naturaleza, mi naturaleza como mujer, me había dotado, y de algún modo me sentía responsable por sostener. Si bien impactante en un principio, el tiempo ha dado cabida a la razón y ahora, no sólo ya no soy capaz físicamente de procrear un hijo propio, sino que además ese proceso fisiológico tan característico de la mujer, ya no se presenta cada mes como era su costumbre. No es que lo extrañe, pero ahora que lo pienso ¿Era eso lo que me hacía ser mujer?

Hay personas, seres humanos que desde que nacen sienten que fueron designados con el género equivocado. ¿Qué es lo que hace que esas personas sientan eso? ¿Acaso lo es el contar con un órgano reproductivo determinado? ¿O quizá lo es la atracción al sexo opuesto? ¿Qué clasifica, en definitiva, quién es hombre y quien mujer? ¿Es sólo un tema de etiquetas y finalmente todos tenemos la capacidad de optar?

Nací mujer y fortalecí esa etiqueta durante todos estos años, no por usar vestidos, mi gusto y atracción por el sexo opuesto, ni por mi órgano genital femenino. Sino por que me sentí como una mujer, y todo lo que conceptualmente en esa época y sociedad implicaba ser una; sensible, delicada, coqueta, vulnerable, cambiante, introvertida. Todos conceptos que, en la actualidad pudieran acuñarse a cualquier persona, independiente su sexo o género. Me cuesta ir al ritmo de una sociedad tan cambiante como a la que hemos evolucionado, me afectan las cosas y no puedo dejar pasar este hecho sin cuestionarme y replantearme todo lo que había estipulado para mí. Partí mi vida siendo mujer desde lado vulnerable, según los cánones de la época, y hoy soy mujer desde la fortaleza y de algún u otro modo, desde la libertad.

Me declaro...culpable!

 

¿Qué tan culpable es uno por las decisiones que toma otro?

   Porque uno puede aconsejarlos, darles el punto de vista personal de determinada situación, o simplemente juzgarlo. ¿Pero sea de la forma que sea, somos responsables de las decisiones que tomará al respecto nuestro interlocutor? Me niego rotundamente a creer esto. Uno no puede cargar el peso de otra vida, a menos claro que sea un hijo o alguna mascota que depende de ti. Pero si no es el caso, si es un amigo, una pareja o tu hermano, ¿Debes sentirte culpable si la decisión que le ayudaste a tomar no salió de buena manera? O simplemente te das la vuelta y sigues con tu vida. 

   Es complicado, ya que hay personas que, aunque no queramos admitirlo, sentimos la necesidad de validar nuestras decisiones con la opinión de los demás. Por algo preguntamos en primer lugar, para sentirnos apoyados. Así tendremos a alguien a quien culpar que no seamos nosotros mismos si algo sale mal. ¿Qué tan responsables somos de nuestras palabras cuando damos un consejo, al dar una opinión, o de reprochar ciertas conductas? ¿Hasta qué punto uno puede ser honesto y expresar su opinión sin caer en ser despiadado?

   En esta era digital, donde una computadora parece ser la solución para responder, bajo un algoritmo desarrollado, a las dudas o consultas de un cliente en una empresa, me pregunto si esas máquinas serán capaces de resolver o determinar con qué tipo de personas es la que esta tratando. Si esa persona se sentirá ofendida o lastimada por alguna respuesta, o si será capaz de lidiar con la respuesta preparada para ella. ¿Estaremos tan desarrollados como para dejarle el trabajo emocional a una máquina, o peor aún, para que ella identifique un estado emocional y pueda responder acertadamente sin lastimar a nadie?

Será tan fácil poder desarrollar las emociones como ingresar los datos a una máquina y que bajo un aprendizaje automatizado pueda identificar una respuesta apropiada. Me gustaría pensar que sí, lo triste es justamente creer que podemos dejarle a una máquina nuestro desarrollo emocional y nuestro trato humanitario. Pensar quizá que lo único que nos diferenciaba del resto de los animales era justamente nuestra capacidad de pensar y de ser conscientes y que, si le delegamos ese trabajo a una máquina, ya solo seremos igual que el resto de ellos. Al menos la máquina no se sentirá culpable si alguna respuesta le arruina la vida a otra persona.


Déjame llorar

 


Es impresionante notar cómo algunas cosas se conectan, y sólo cuando ocurren, logras ser consciente de ello. Recuerdo una vez, que una compañera del colegio contó que cuando uno lloraba, las lágrimas también salían por la nariz, y por eso suele salir agua de la nariz en ciertas ocasiones. Ahora que sufro de sinusitis frecuentemente, aprendí que la causa emocional de esta enfermedad era justamente porque las lágrimas quedaban retenidas en los senos paranasales y congestionaban esta zona, y luego de un tiempo acumulados, suelen infectarse y desarrollar así esta enfermedad.

Cuando leí el artículo, una profunda pena me inundó y quise recordar qué lágrimas no expulsadas pudieron haber sido la causa de mi malestar y congestión. En qué ocasiones las retuve para demostrar o quizá demostrarme a mí misma, que soy valiente. La verdad es que lloré durante mucho tiempo en una etapa en mi vida en que mi seguridad se desplomó y sentí que todo lo que había construido, lo hacía también. En esa oportunidad creí que lo había llorado todo, creí que a cada persona le estaba designado ciertos litros de lágrimas durante toda su vida, y yo ya había agotado esa cuota. Pero la verdad es que me he ido dando cuenta que el nivel de lágrimas no es la misma cantidad para cada persona. Las lágrimas, en realidad, son proporcionales a la vida que lleve cada uno, y a las decisiones que vayamos tomando y que van formando nuestra personalidad y nuestra independencia emocional. Tal vez ciertas creencias nos lleven a pensar que cargamos con los registros heredados de nuestros progenitores y de toda la procedencia familiar. Tal vez podamos atribuir nuestra melancolía a aquello que nos tocó vivir, o a las personas que llegaron a nosotros y a las que ya no están. Lo cierto es que ello puede marcarnos, pero lo que no puede hacer, es determinarnos.

Podemos acumular tristezas en nuestras cavidades nasales y paranasales con la idea de que no tenemos opción de cambiar ciertas situaciones en nuestra vida. Podemos pensar que no somos dignos de otra vida ya sea porque no la merecemos o por que algún ser superior decidió por nosotros. La verdad es que haya sido por la existencia de un creador o por evolución de las especies, los que decidimos cómo vamos a vivir esta vida somos cada uno de nosotros. Cada acción que emprendemos y las que no, van forjando nuestra personalidad y modelando nuestra vida. Si no nos sentimos satisfechos con ello, es tiempo de empezar a tomar decisiones diferentes, pero siempre hay algo que ya no debemos hacer más, y que es acumular lagrimas en nuestro interior. Tarde o temprano, esas lágrimas comenzaran a pudrirse y acabaran infectando nuestro sistema.

En lo personal, suelo expresar una cantidad variada de emociones, a través de lágrimas. Lloro cuando estoy muy feliz, y también cuando estoy muy triste. Lloro por miedo, por nerviosismo, por el frío, por el aire denso, de rabia, de impotencia. Lloro con la cebolla, con el alcohol y también con ciertas películas. Una cantidad innumerable de emociones que no fueron expresadas y que ahora no me permiten respirar bien ¿Será que, si lloro ahora, aún sin un motivo claro, pueda lograr descongestionar mi alma?