Me declaro...culpable!

 

¿Qué tan culpable es uno por las decisiones que toma otro?

   Porque uno puede aconsejarlos, darles el punto de vista personal de determinada situación, o simplemente juzgarlo. ¿Pero sea de la forma que sea, somos responsables de las decisiones que tomará al respecto nuestro interlocutor? Me niego rotundamente a creer esto. Uno no puede cargar el peso de otra vida, a menos claro que sea un hijo o alguna mascota que depende de ti. Pero si no es el caso, si es un amigo, una pareja o tu hermano, ¿Debes sentirte culpable si la decisión que le ayudaste a tomar no salió de buena manera? O simplemente te das la vuelta y sigues con tu vida. 

   Es complicado, ya que hay personas que, aunque no queramos admitirlo, sentimos la necesidad de validar nuestras decisiones con la opinión de los demás. Por algo preguntamos en primer lugar, para sentirnos apoyados. Así tendremos a alguien a quien culpar que no seamos nosotros mismos si algo sale mal. ¿Qué tan responsables somos de nuestras palabras cuando damos un consejo, al dar una opinión, o de reprochar ciertas conductas? ¿Hasta qué punto uno puede ser honesto y expresar su opinión sin caer en ser despiadado?

   En esta era digital, donde una computadora parece ser la solución para responder, bajo un algoritmo desarrollado, a las dudas o consultas de un cliente en una empresa, me pregunto si esas máquinas serán capaces de resolver o determinar con qué tipo de personas es la que esta tratando. Si esa persona se sentirá ofendida o lastimada por alguna respuesta, o si será capaz de lidiar con la respuesta preparada para ella. ¿Estaremos tan desarrollados como para dejarle el trabajo emocional a una máquina, o peor aún, para que ella identifique un estado emocional y pueda responder acertadamente sin lastimar a nadie?

Será tan fácil poder desarrollar las emociones como ingresar los datos a una máquina y que bajo un aprendizaje automatizado pueda identificar una respuesta apropiada. Me gustaría pensar que sí, lo triste es justamente creer que podemos dejarle a una máquina nuestro desarrollo emocional y nuestro trato humanitario. Pensar quizá que lo único que nos diferenciaba del resto de los animales era justamente nuestra capacidad de pensar y de ser conscientes y que, si le delegamos ese trabajo a una máquina, ya solo seremos igual que el resto de ellos. Al menos la máquina no se sentirá culpable si alguna respuesta le arruina la vida a otra persona.


Déjame llorar

 


Es impresionante notar cómo algunas cosas se conectan, y sólo cuando ocurren, logras ser consciente de ello. Recuerdo una vez, que una compañera del colegio contó que cuando uno lloraba, las lágrimas también salían por la nariz, y por eso suele salir agua de la nariz en ciertas ocasiones. Ahora que sufro de sinusitis frecuentemente, aprendí que la causa emocional de esta enfermedad era justamente porque las lágrimas quedaban retenidas en los senos paranasales y congestionaban esta zona, y luego de un tiempo acumulados, suelen infectarse y desarrollar así esta enfermedad.

Cuando leí el artículo, una profunda pena me inundó y quise recordar qué lágrimas no expulsadas pudieron haber sido la causa de mi malestar y congestión. En qué ocasiones las retuve para demostrar o quizá demostrarme a mí misma, que soy valiente. La verdad es que lloré durante mucho tiempo en una etapa en mi vida en que mi seguridad se desplomó y sentí que todo lo que había construido, lo hacía también. En esa oportunidad creí que lo había llorado todo, creí que a cada persona le estaba designado ciertos litros de lágrimas durante toda su vida, y yo ya había agotado esa cuota. Pero la verdad es que me he ido dando cuenta que el nivel de lágrimas no es la misma cantidad para cada persona. Las lágrimas, en realidad, son proporcionales a la vida que lleve cada uno, y a las decisiones que vayamos tomando y que van formando nuestra personalidad y nuestra independencia emocional. Tal vez ciertas creencias nos lleven a pensar que cargamos con los registros heredados de nuestros progenitores y de toda la procedencia familiar. Tal vez podamos atribuir nuestra melancolía a aquello que nos tocó vivir, o a las personas que llegaron a nosotros y a las que ya no están. Lo cierto es que ello puede marcarnos, pero lo que no puede hacer, es determinarnos.

Podemos acumular tristezas en nuestras cavidades nasales y paranasales con la idea de que no tenemos opción de cambiar ciertas situaciones en nuestra vida. Podemos pensar que no somos dignos de otra vida ya sea porque no la merecemos o por que algún ser superior decidió por nosotros. La verdad es que haya sido por la existencia de un creador o por evolución de las especies, los que decidimos cómo vamos a vivir esta vida somos cada uno de nosotros. Cada acción que emprendemos y las que no, van forjando nuestra personalidad y modelando nuestra vida. Si no nos sentimos satisfechos con ello, es tiempo de empezar a tomar decisiones diferentes, pero siempre hay algo que ya no debemos hacer más, y que es acumular lagrimas en nuestro interior. Tarde o temprano, esas lágrimas comenzaran a pudrirse y acabaran infectando nuestro sistema.

En lo personal, suelo expresar una cantidad variada de emociones, a través de lágrimas. Lloro cuando estoy muy feliz, y también cuando estoy muy triste. Lloro por miedo, por nerviosismo, por el frío, por el aire denso, de rabia, de impotencia. Lloro con la cebolla, con el alcohol y también con ciertas películas. Una cantidad innumerable de emociones que no fueron expresadas y que ahora no me permiten respirar bien ¿Será que, si lloro ahora, aún sin un motivo claro, pueda lograr descongestionar mi alma?