A veces suelo pensar que el mundo es alguien ajeno a mí, que me hace querer sumergirme en la soledad y abstraerme de él, ese mundo el cual no comprendo y que siento tan distante, aunque me esfuerce, siento que no pertenezco a él. Vivo en la ilusión que soy diferente, especial, un ser de otro planeta que sólo viene a aprender de este mundo aquellas cosas que podrían volverme un ser humano. Al principio buscaba encajar en él, ser parte de él y vivir bajo sus fundamentos. Luego comencé a crecer y a cuestionarme muchos de esos principios tan ilógicos algunos, tan irónicos otros siempre intentando descubrirme bajo sus etiquetas, pero ahora me doy cuenta que como todo, no es más que una ilusión, el reflejo de todas mis dudas y cuestionamientos, la extensión de mi propia mente personificada en almas itinerantes que vagan sin sentido.
Parecen tan seguras que a ratos me hacen pensar que ya lo han descubierto. El sentido de sus vidas, digo, eso me hace sentir una ignorante y ermitaña en un mundo que no me necesita. Pero luego pienso en las hormigas, parecen tan insignificantes, tan diminutas e inservibles que llegaba a preguntarme el porqué de su existencia. Quien diría que ellas inician el ciclo del cual se desprende mi propia vida y cual engranaje contribuyen al equilibrio en la tierra.
No vemos el mundo como es, sino como somos es una frase que extraje de un sitio web de frases y citas que me inspiró. Cada uno ve lo que ve de acuerdo a su propia experiencia, la explicación del mundo es a través de unos ojos que no vieron las mismas cosas que yo, y de acuerdo a eso es cómo lo damos a conocer. Prejuicios y etiquetas suelen enturbiar esos pensamientos alterando la realidad, pero qué realidad, ni idea. Ya no sé lo que es real de lo que no, vivo inmersa en la ilusión, mí perspectiva del mundo. Un mundo que he creado para mí donde no soy parte de él y donde tampoco quiero serlo.
Decir nada
Que tenga algo que decir, no significa necesariamente que siempre tengo que decirlo, muchas veces sólo con no decir nada, estoy comunicando lo necesario. Esta es una lección que recién ahora estoy aprendiendo.
Mi costumbre era siempre decir lo que pienso, me exponían un tema y esperaba poder dar mi opinión al respecto. Me preguntaban acerca de alguna situación en particular y ansiosa me apresuraba a contestar. Fue durante un suceso cotidiano, que empecé a darme cuenta que en ocasiones es mejor simplemente quedarme callada y tomar atención, que expresar abiertamente mis pensamientos. Mi sobrina preparaba un hot cake muy entusiasmada, luego de algunos intentos en la sartén uno finalmente le había quedado decente, ella muy emocionada me llamó para mostrarme como había quedado. A mí no me pareció gran cosa, la forma de aquel bocado era irregular y estaba algo quemado, cosa que inmediatamente le hice saber. Satisfecha me devolví a atender lo que había dejado. De lejos pude oír a mi sobrina hablarle al hot cake muy tiernamente consolándolo por aquellas duras palabras.
Hace un par de días mi tía había recibido la noticia que era muy probable que tuviera cáncer a una de sus mamas. Pasó después de su cita con el médico a contarme intentando buscar consuelo en mis palabras, esperando quizá sentirse apoyada en tan duro momento. Sin pensarlo demasiado le expuse toda una charla de lo que debía hacer de ahora en adelante y de cómo debía tomarlo. Su reacción, simplemente fue dar media vuelta y se marchó sin decir nada.
Unos días más tarde, ya angustiada llamó a casa diciendo que ya no podía más, acto seguido cortó comunicación. Mientras conducía hacia allá, pensaba en qué debía decirle, en aquel otro momento en que sabía que no se había sentido apoyada, y cómo remediarlo en esta oportunidad. Cuando llegué a su casa, simplemente me acerqué a ella y cayó descompuesta a mis brazos en un mar de lágrimas incontrolables, de sollozos sin aliento y de miles de preguntas que no intenté responder, solo en silencio me apresuré a sostenerla. Habló durante mas de una hora donde permanecí siempre atenta simplemente escuchándola. De apoco fui sintiendo cómo este silencio era mucho mas acogedor que mis rebuscadas palabras y fue así como se fue calmando hasta volver a incorporarse.
Había olvidado lo bien que se siente que te escuchen, que se den el tiempo simplemente para hacerte sentir el centro de la atención. Así también olvidé que las otras personas también tienen algo que decir, algo tan valioso e interesante como mi propia opinión. A veces uno no importa, y si el otro, un otro que necesita ser escuchado, que le basta solo con una mirada atenta y un hombro cálido que lo reciba. ¿O acaso importa que el hot cake haya quedado deforme o en un punto de cocción sobrepasado, o que un vestido no se amolde por completo a una silueta femenina, o que una corbata no combine con los pantalones, a veces lo más simple es lo suficiente, una mirada, un asentimiento con la cabeza, una sonrisa o simplemente un silencio dicen exactamente lo que se necesita.
Mi costumbre era siempre decir lo que pienso, me exponían un tema y esperaba poder dar mi opinión al respecto. Me preguntaban acerca de alguna situación en particular y ansiosa me apresuraba a contestar. Fue durante un suceso cotidiano, que empecé a darme cuenta que en ocasiones es mejor simplemente quedarme callada y tomar atención, que expresar abiertamente mis pensamientos. Mi sobrina preparaba un hot cake muy entusiasmada, luego de algunos intentos en la sartén uno finalmente le había quedado decente, ella muy emocionada me llamó para mostrarme como había quedado. A mí no me pareció gran cosa, la forma de aquel bocado era irregular y estaba algo quemado, cosa que inmediatamente le hice saber. Satisfecha me devolví a atender lo que había dejado. De lejos pude oír a mi sobrina hablarle al hot cake muy tiernamente consolándolo por aquellas duras palabras.
Hace un par de días mi tía había recibido la noticia que era muy probable que tuviera cáncer a una de sus mamas. Pasó después de su cita con el médico a contarme intentando buscar consuelo en mis palabras, esperando quizá sentirse apoyada en tan duro momento. Sin pensarlo demasiado le expuse toda una charla de lo que debía hacer de ahora en adelante y de cómo debía tomarlo. Su reacción, simplemente fue dar media vuelta y se marchó sin decir nada.
Unos días más tarde, ya angustiada llamó a casa diciendo que ya no podía más, acto seguido cortó comunicación. Mientras conducía hacia allá, pensaba en qué debía decirle, en aquel otro momento en que sabía que no se había sentido apoyada, y cómo remediarlo en esta oportunidad. Cuando llegué a su casa, simplemente me acerqué a ella y cayó descompuesta a mis brazos en un mar de lágrimas incontrolables, de sollozos sin aliento y de miles de preguntas que no intenté responder, solo en silencio me apresuré a sostenerla. Habló durante mas de una hora donde permanecí siempre atenta simplemente escuchándola. De apoco fui sintiendo cómo este silencio era mucho mas acogedor que mis rebuscadas palabras y fue así como se fue calmando hasta volver a incorporarse.
Había olvidado lo bien que se siente que te escuchen, que se den el tiempo simplemente para hacerte sentir el centro de la atención. Así también olvidé que las otras personas también tienen algo que decir, algo tan valioso e interesante como mi propia opinión. A veces uno no importa, y si el otro, un otro que necesita ser escuchado, que le basta solo con una mirada atenta y un hombro cálido que lo reciba. ¿O acaso importa que el hot cake haya quedado deforme o en un punto de cocción sobrepasado, o que un vestido no se amolde por completo a una silueta femenina, o que una corbata no combine con los pantalones, a veces lo más simple es lo suficiente, una mirada, un asentimiento con la cabeza, una sonrisa o simplemente un silencio dicen exactamente lo que se necesita.
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